jueves, 14 de octubre de 2010

EL PESO DE UN SACO DE ARROZ por David Flores Sánchez

Su Mingjuan (historia real)

El peso del saco de arroz le encorvaba la espalda y la nieve crujía bajo sus pies descalzos. Todos los días caminaba más de una hora para llegar a la ciudad, llevaba y traía encargos de la gente del pueblo unas veces y de sus padres otras. Lo peor era cuando llovía, porque Ying Sun tenía entonces que andar más deprisa para que los pies no se le quedaran helados. Cuando volvía esos días por la tarde al pueblo los tenía entumecidos, pero pocas veces caía enferma.


Sus padres no podían permitirse que Ying Sun fuera al colegio, así que un anciano del pueblo venía todas las tardes a casa y le enseñaba los ideogramas. La niña, cansada de los viajes a la ciudad, apenas podía mantener la cabeza erguida y el viejo, con una paciencia infinita, se quedaba en silencio hasta que ella abría un poco los ojos. Sus padres la reñían porque si no aprendía mucho y bien no podría encontrar un buen marido.


Esa tarde volvía Ying Sun de la ciudad con un carretón lleno de patatas. De las cabañas del pueblo ascendía el humo de los hogares hacia el cielo anaranjado que anunciaba la noche. Cuando se aproximó más a su casa vio un remolino de gente en la puerta y supo que algo malo había sucedido. Su madre agitaba los brazos y alguien llamó a la niña desde el tumulto. Se le nubló la vista y cayó al suelo y con ella cayeron las patatas del carretón.


Desde que nació se acostumbró a vivir en la pobreza y no había conocido otra cosa. Las desgracias de los pobres y las de los ricos son diferentes. El día no dura lo mismo para unos y para otros y la vida, en definitiva, no parece tener el mismo valor. Sin embargo, cuando un puñado de arroz puede hacerte feliz, la vida de un ser querido, por mucho que la muerte siembre con su paso el camino una y otra vez, le desgarra a uno por dentro. Pero mañana Ying Sun, cuando su padre esté enterrado, tendrá que volver a la ciudad con un saco de cereal y verá cómo sus lágrimas se mezclan con el sudor de su cara. En ese momento el peso de la espalda le parecerá liviano, pero el que le abrasará el corazón le parecerá una losa que la empuja hacia la tierra como si ésta quisiera hacerla suya.

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