Para Kimal el fútbol es algo más que un juego. Cuando corre con el balón entre sus pies, regateando a sus contrarios uno a uno, se siente fuerte, su autoestima crece hasta el infinito. En esos 90 minutos, no hay límites, ni hambre, ni guerra, ni miedo. Nota su fuerza y su habilidad y olvida el dolor de sus pies descalzos en cada chute y el escozor de sus rodillas heridas en cada caida.
En aquel improvisado campo de tierra de todas las tardes los capitanes eligen equipo. El primero en elegir se lleva a Kimal consigo, sabiendo que su equipo ganará el partido.
En los atardeceres del Sudáfrica, diez muchachos sin zapatos sueñan con goles y aplausos, con copas de papel, con unas botas de fútbol.
En aquel improvisado campo de tierra de todas las tardes los capitanes eligen equipo. El primero en elegir se lleva a Kimal consigo, sabiendo que su equipo ganará el partido.
En los atardeceres del Sudáfrica, diez muchachos sin zapatos sueñan con goles y aplausos, con copas de papel, con unas botas de fútbol.
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